Una de las confusiones más persistentes en el ámbito de las altas capacidades es la de considerar que un alumno que aprende a leer o a contar mucho antes que sus compañeros está sistemáticamente sobreestimulado. Es una coletilla que se usa con demasiada frecuencia y alegría, sin considerar varias cosas que podrían ayudarnos a entender lo que implica.
Para empezar, podemos realizar una distinción básica entre una «heteroestimulación» causada por una motivación extrínseca (otra persona nos provee de contenidos para que aprendamos temas impropios de nuestra edad) y una «autoestimulación» causada por una motivación intrínseca (nosotros mismos buscamos contenidos). Esta distinción nos permite clarificar si estamos ante un efectivo exceso de estimulación o, por el contrario, nos encontramos con un pequeño que por sus propios medios busca respuestas a sus constantes preguntas sin necesidad de que alguien más le provea de esos contenidos. La autodidaxia es una herramienta muy poderosa en las personas intelectualmente inquietas.
Desde fuera es difícil discernir la diferencia y hay que indagar en los procesos, cosa que quien espeta la frase «está sobreestimulado» no hace. Y es que por mucho que estimulen a una criatura esta no aumentará sus capacidades naturales, sus potenciales de aprendizaje. Si solo fuera cuestión de estímulos sería muy sencillo que todos los niños explotaran a leer o a contar con meses, algo que no ocurre.
Si la distinción anterior no se capta fácilmente, podemos acudir a lo que recomiendan los especialistas en este campo. El equipo de psicólogos de ACAST organiza charlas en los colegios que lo solicitan. Cuando surge este tema, los psicólogos les explican que la consecuencia de la sobreestimulación no es un mayor aprendizaje sino un bloqueo que impide al niño aprender, y que si está aprendiendo es porque se le está dando la estimulación que el niño necesita dada su capacidad. No es lo mismo estimular que sobreestimular, y lo primero es a lo que tienen derecho todos, además de una función muy importante del colegio.
Podemos usar una analogía para entenderlo: no es lo mismo alimentar a una persona que por naturaleza come bastante que sobrealimentar a quien no puede asimilar tanto. El resultado de lo primero es el equilibrio homeostático y de lo segundo es la enfermedad.
La clave está en conocer los límites naturales de cada persona para saber si los estímulos intelectuales que le llegan le están alimentando o le están sobrepasando. Y no presuponer que las familias desean que sus hijos aceleren sus procesos de aprendizaje para que destaquen sobre el resto de compañeros. Un padre o una madre quiere ver a su hijo feliz y si bien es cierto que algunos progenitores proyectan sus expectativas en sus hijos no es lo habitual. Bastaría con darse una vuelta por alguna de las asociaciones familiares de apoyo a las altas capacidades para darse cuenta de que todos estos niños son intelectualmente inquietos y se buscan el modo de aprender por sí mismos cuando encuentran estímulos significativos, sin esperar a que sus padres o profesores se los provean. Ese impacto de realidad evitaría la coletilla de que «no hay niños con altas capacidades, solo hay niños sobreestimulados», tan injusta como dañina.